Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. Era una cosa bastante rara la que le pasó al chico. Él tenía 17 años y estaba en bachillerato, pero en sus tiempos libres jugaba con los “aparatitos” de su padre “el científico loco”, como le gustaba llamarle. Un día, por error, derramó un líquido en lo que su papá había empleado tanto tiempo, un simple reloj unido a una caja. Lo que se suponía que intentaba que ocurriera el científico era, que pudiéramos traer pequeños objetos de otra época, en cualquier parte del mundo, cosa, que todavía no había conseguido. Óscar, que así se llamaba el chico, asustado levemente, decidió pulsar el botón de este artilugio y alucinó con lo ocurrido, el aparato funcionó. Salió de él… ¡un dinosaurio! El adolescente no se lo creía, se frotó los ojos pero nada, el pequeño animalillo seguía ahí. Lo escondió en su cuarto y se fue a dormir, ¿sería una imaginación por el cansancio?
Cuando vio que el dinosaurio lo miraba fijamente, pegó un brinco en la cama.
-No es un sueño- dijo Óscar tocando al dinosaurio.
-¿Qué dinosaurio eres? No tienes alas -continuó, mientras levantaba sus pezuñitas, -ni… aletas que te sirvan para el agua… Entonces eres terrestre, ¿no?-

Miró la hora y, agarró su mochila y a su nuevo amigo, se tenía que ir a dar clases, ¿dónde lo escondería?
-Con suerte, no te pillan- dijo mientras escondía al pequeño ser en el garaje –no hagas ruido-.
El chico se fue corriendo al instituto y llegó justo a tiempo. Las clases pasaron lentas y aburridas pero, al fin salieron. De camino a casa, ignoraba a sus amigos ya que iba preocupado por si su madre había entrado al garaje y se hubiera llevado una “pequeña” sorpresa. Al llegar, rápidamente, comió, guardó unos pequeños filetes en una fiambrera para el dinosaurio “más vale que seas carnívoro” pensó. “Aunque, ¿de verdad quería eso? ¿y si no era seguro?” muchos pensamientos inundaron su mente mientras Óscar buscaba al dinosaurio. Cuando lo encontró, le dio la comida y mientras veía cómo la engullía, buscaba las características del pequeñajo en internet y al fin descubrió quién era.
-Eres un Velociraptor –le dijo, teniendo fe en que fuera así-.
El ser, sólo lo miró e hizo una especie de gruñido. Parecía que Óscar estaba en lo cierto.
En los días siguientes siguió investigando, ya que ese dinosaurio no podría estar en su época siempre.
Por las mañanas, buscaba información, por las tardes jugaba con el Velociraptor y, por las noches, seguía intentando resolver el problema.
No tuvo más opción que decírselo a su padre, ya que no encontraba solución. Su papá se encargó de investigar, ya que Óscar tenía que ir a clases.
-¡Lo tengo! ¡Lo tengo! –Gritó el científico para empezar a buscar a su hijo-.
-¿Qué tienes? ¿Sueño? Yo también –respondió en tono burlón, mientras acariciaba al dinosaurio-.
-¡No! ¡Tengo la forma de llevar al Velociraptor a su época! –Dijo mientras se dirigía a la sala donde tenía el aparato, cogiendo a su hijo por el brazo-.
-¿En serio? –Preguntó dudoso-.
¡Sí! –Respondió mientras enchufaba la máquina-.
Óscar estaba por una parte satisfecho por poder resolver el problema, pero por otra parte triste, ya que le había cogido cariño al dinosaurio.
-Vamos, Óscar, ¡no pongas esa cara! ¡Piensa en que será feliz! –Dijo su padre, provocándole una sonrisa al chico- ¡Piensa en su familia, su familia! –Volvió a decir con tono triste y suplicante aferrándose al hombro de su hijo-.
-Papá, ya lo he pillado –Respondió, y, dicho esto, en un solo click, estaban en otra época-.
-Adiós, pequeño –Dijo Óscar acariciando al dinosaurio- siempre serás mi amigo. Mi amigo el dinosaurio…
Sandra Muñoz Flores (1º ESO B)
