En el edificio que hoy ocupa el Museo de Bellas Artes de Córdoba nació el 9 de noviembre de 1874 el séptimo hijo de la familia Romero de Torres: el pequeño Julio. Tendríamos que imaginárnoslo, ya desde la cuna, rodeado de pinceles, esculturas y todo tipo de elementos artísticos, pues su padre fue también pintor y, además, conservador del museo que acogió a su hijo al nacer.
La afición por la pintura que se despierta en Julio Romero no es, por lo tanto, accidental. Prueba de ello es que también sus hermanos Enrique y Rafael se forman en la disciplina pictórica bajo las enseñanzas de su padre. Lo que sí caracterizó al pequeño de la familia fue su pasión por la música. Llegó a matricularse en el Conservatorio cuando sólo tenía 10 años, pero pronto descubriría que lo suyo era, sin duda, la pintura. A pesar de ello, su vida y su obra siempre estuvieron vinculadas a la música (sobre todo a la copla y al flamenco) y no fueron pocas las ocasiones en las que se refirió a ella como su sueño frustrado:
“[…] si me hubiesen dado a escoger entre la gran personalidad de Leonardo da Vinci -por el que siento una admiración tal que lo reputo como el primer pintor de la historia- o la de Juan Breva, no habría vacilado. Yo hubiera sido Juan Breva, es decir, el mejor cantaor que ha habido […]”
En 1895 nuestro artista se presentó a la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid con la obra Mira qué bonita era, con la que consiguió una mención honorífica, dando muestra, desde bien joven, del enorme talento que atesoraba.
Unos años más tarde, en 1900, y después de su proceso de formación, comenzó lo que muchos expertos denominan su primera etapa. En ella, parece pugnar por encontrar su estilo y, para ello, viaja a Marruecos, Francia y Países Bajos, aunque acaba afincándose en Madrid, donde coincide con importantes personalidades de la Generación del 98 (Valle-Inclán, Baroja, los hermanos Machado…). La crítica social de estos autores, así como el modernismo descubierto en sus viajes, da lugar a obras de Julio en las que rompe con los cánones de la época y en las que denuncia situaciones que le resultan insoportables o degradantes. Un ejemplo de ello es su obra Vividoras del amor, un retrato de prostitutas que generó un enorme escándalo; u Horas de angustia, que podemos disfrutar aquí.
También en esta época comienza a profundizar en la psicología femenina, en las inquietudes de las mujeres de su época, el modo en el que buscaban su realización, así como en la manera de enfrentarse a las situaciones que la vida les iba imponiendo.
Sin embargo, a pesar de las influencias de las modernas corrientes europeas, Julio nunca experimentó con estilos especialmente rompedores. Para él, todos esos movimientos, aunque interesantes para el estudio, no dejaban de ser modas pasajeras:
“[…] no es que quiera desdeñar los nuevos géneros; es que estoy convencido que en el arte no pueden existir modernismos. Ahora están de moda los “puntillosos” … pero pasaré ese furor; porque constantemente nacen escuelas distintas, tendencias; ahí tiene usted los sincromistas, de fuertes colores y mezclas detonantes, a los futuristas… pero todo esto tiene la actualidad de un artículo de periódico… A mí me parece tan mal el reírse de esas modalidades del Arte, como el pensar que estos nuevos géneros han de arraigar y persistir mucho tiempo… cuando han de pasar, dentro de más o menos, sin dejar rastro.”
La que se conoce como su segunda etapa, que se extiende desde 1908 hasta 1915, es en la que desarrolla el aspecto más característico de su obra: el simbolismo. En ella, presenta figuras o situaciones que simbolizan aspectos más trascendentales que los que se pueden apreciar a simple vista en el cuadro. También en esta época viaja por Italia, Francia y Reino Unido, sin embargo, a pesar de la actividad cultural del momento, las influencias que se lleva son de pintores clásicos como Tiziano o Leonardo da Vinci. Además, tanto esos viajes como los realizados en la época anterior, más que mostrarle algún tipo de atraso en el desarrollo artístico español, le revelaron más bien la calidad de éste:
“Ocho años pasé en el extranjero, que me sirvieron para curarme del extranjerismo que a tantos ataca en España. Cuando vi que en arte, como en tantas cosas, estamos a bastante más altura que ellos, torné a la Patria con una gran fe.”
De esta época destacan obras como el Poema de Córdoba, que veremos próximamente en este espacio expositivo con unas protagonistas que nos resultarán a todos muy familiares; así como las obras de El pecado y La Gracia, que podemos disfrutar en esta exposición.
De 1916 a 1930 tiene lugar su etapa de madurez. En 1915 vuelve a Madrid, después de los viajes mencionados, y sigue estando completamente inmerso en la actividad artística del momento. Firma el manifiesto en favor de los aliados con motivo de la IGM junto con otras grandes personalidades del mundo de la cultura; y participa en importantes revistas de la época como España, dirigida por Ortega y Gasset. También de esta época es su sonada exposición en Buenos Aires, concretamente el 4 de septiembre de 1922. Vendió todo lo expuesto y recibió allí muchísimos encargos, quedando absolutamente patente la fama internacional que el pintor cordobés había adquirido.
Por otro lado, el hecho de ser nombrado profesor de “Dibujo Antiguo y Ropaje” en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, le hace desarrollar también un enorme interés por el detalle en las ropas, vestimentas y calzado de sus modelos.
En cuanto al motivo de las obras de este período, combina cuadros más lúdicos, como el de Naranjas y limones, que podemos disfrutar en nuestra exposición; con retratos de mayor carga espiritual, como La chiquita piconera, una de sus últimas obras.
Finalmente, en 1928, le advierten del deterioro de su hígado y, tras rebajar su ritmo de trabajo y disfrutar de una vida más tranquila en Córdoba, acaba muriendo de una enfermedad hepática el 10 de mayo de 1930 en su casa de la plaza del Potro, precisamente enfrente de donde había nacido. El entierro tuvo lugar dos días después, el 12 de mayo, a las 10h de la mañana y fue un acontecimiento con enorme repercusión en toda la ciudad. Cerraron comercios, teatros, cafés, casinos, bares y tabernas porque todos querían estar presentes en la despedida del que, probablemente, sea el pintor más grande que ha dado Córdoba en su historia, un hombre que, como él mismo dijo:
“Yo nací en el arte y para el arte.”




JESÚS RIVAS MARGALEF-COORDINADOR BIBLIOTECA
