Me encuentro en el último escalón de la puerta de mi casa, me parece totalmente fascinante la capacidad de unos escalones de salvar las más dispares distancias.
Al salir, el Sol brilla con fuerza, lucha contra mis ojos que apenas se pueden mantener abiertos, vuelvo a asombrarme por su capacidad de acompañarme a cualquier sitio, siempre está ahí, nunca se va, parece continuo en una vida llena de cambios infinitos.
Avanzo ensimismada, las voces de unos niños me sacan de mis pensamientos, estos tratan de averiguar cuál de ellos es más rápido en subir el tobogán por la rampa del mismo, me hace gracia, se nos dice cómo usar un objeto, y sin embargo nosotros lo utilizamos de la forma menos lógica posible.
Mis ojos se quedan fijados en las pequeñas briznas de plantitas que crecen de las juntas de los pivotes del suelo. Su verde crece en el cemento luchando por no ser pisoteado.
En la distancia veo como un coche dobla la esquina a toda velocidad, me llama la atención el grupo de personas que se congrega en un segundo para criticar la temeridad del sujeto que no daba descanso al acelerador, parecían salir de debajo de las piedras.
Sigo mi camino, contando las grietas en el acerado, parece que este también sufre, que tiene cicatrices de cada vez que fue dañado. Trato de saltar de una a otra, midiendo la irregular distancia como solía hacer de pequeña, la sensación es muy agradable, me pregunto cuál sería el motivo por el que dejé de hacerlo, me sorprende como somos moldeados por la sociedad de las maneras más insospechadas.
Cruzo y veloz llego al pavimento paralelo. Al doblar la esquina me topo casi de bruces con una señora que se ayudaba de un andador y me costó reaccionar por un momento, debí seguir pero algo en ella que no alcanzo a saber me detuvo frente a su ceño cansado, ¿cuánto tardará mi piel en arrugarse y quedar como la que aquella mujer?
Sigo adelante en mi camino y me siento en un banco en el que nunca antes me había sentado, me paro a analizar su forma y su longitud, puedo sentarme dejando que mis piernas reposen en él, no era muy cómodo pero esa no era su función, con ser funcional le bastaba.
Ante mis ojos pasa una señora que lucha por contener sus lágrimas mientras mira unos papeles que parecen a punto de escaparse de entre sus dedos. Una oleada de tristeza me recorrió de pies a cabeza. Ni siquiera la conocía pero me encontraba preocupada por ella, me gustaría saber qué provoca esa bizarra sensación.
Decido levantarme y cruzar en el paso de cebra. ¿Quién eligió las rayas blancas como modo de señalizarlos? Nunca llegaré a saberlo, así que me limito a que ningún coche me atropelle.
Tras varios pares de metros, mientras subo la cuesta me fascino por la fuerza como podemos alcanzar a subirla sin caer hacía abajo, como se inclina más sucesivamente y podemos llegar hasta arriba sin demasiados problemas.
Memorias del lugar en donde me encuentro se agolpan en mi cabeza, es increíble como podemos asociar lugares con sentimientos y momentos, aunque a veces esa capacidad duela. Empiezo a sentir un nudo en el estómago que me impide subir más arriba, no sabía muy bien si era hambre o si era angustia. Hago el camino de vuelta a mi casa desandando mis pasos. La velocidad hace que parezca que soy más ligera y esté más cerca de caer. Noto como mientras escribo me vibra el móvil en la mano, me sobresalto, parecía controlada por ese cacharrejo y mi sorpresa aumentó al darme cuenta de que apenas me daba cuenta de ello.
Ignoro la notificación. Alguien me saluda desde la ventanilla de un coche y mi corazón se para por un segundo por la incredulidad, fuimos amigas, pero llevaba sin verlo demasiados meses, no acabamos en los mejores términos pero de repente todo el rencor que pudiera tenerle se disipó. Supongo que es el modo en el que funcionamos, algo alucinante.
Sigo andando, y a la altura de un bar cercano veo a gente que discute y trata de arreglar el mundo a voces. A veces me pregunto si ese tipo de eventos eran útiles o simplemente inevitablemente bochornosos.
Llego de nuevo al escalón de la entrada, ahora a diferencia de cuando salí era el primero que me encontraba. Todo era cuestión de perspectiva. Yo espero no perder nunca la mía.
Lucía Castro Morales (1º Bach C)
