Desperté como otro día cualquiera, aunque realmente no lo fuera. Estaba en una habitación luminosa, los rayos del sol entraban por la ventana. A pesar de la luminosidad de la habitación, mi vista era borrosa y sentí llegar un fuerte dolor a mi cabeza.
Entonces fue cuando noté que estaba en una camilla de hospital y alguien se acercaba a mí. Al llegar a mi lado fue cuando pude ver que era una enfermera pero, antes de que esta pudiera pronunciar palabra, alguien irrumpió en la habitación provocándome un sobresalto.
Un hombre, que se encontraba ahora en la puerta de la habitación, intentaba entrar, pero era retenido por una enfermera, aunque esta no le resultó ningún impedimento, ya que la apartó fácilmente de su camino.
—¡White! —exclamó este. Entonces un leve recuerdo vino a mi mente. Recordaba sus palabras y su voz, pero nada de quién era.
White, Isabella White, era mi nombre, por el cual él me llamaba, pero el resto estaba vacío. No sabía quién era él, pero lo peor es que no sabía quién era yo. Este hombre se acercó a mí, esperando una respuesta, pero ninguna palabra lograba salir de mi boca. Entonces mi mente colapsó y después sólo logro recordar oscuridad, una densa oscuridad que me absorbe y, aunque siento que unos brazos intentan llevarme hacia la luz, no lo consiguen y me dejo llevar por la oscuridad.
Eso es lo que sueño desde hace no sé cuánto. Para mí el tiempo no pasa, sólo siento que estoy perdida y no sé encontrarme.
—Doctor, este sueño no para de repetirse. Dígame, ¿qué puede significar? Ayúdeme… —digo con un hilo de voz.
—Señorita Black, será mejor que descanse por hoy- dice el doctor antes de salir por la puerta y marcharse dejándome a solas en una habitación lúgubre, donde siento que me consume la oscuridad.
Yo, Isabella Black, sigo sin saber nada de mí. Sin saber nada de Isabella White, sin saber cómo volver a ser ella, o siquiera si volveré a ser ella, si seguiré estando perdida en la oscuridad de mi mente.
Marta Jiménez (4º ESO)
