La historia no se repite, instruye.
Cuando en 1483 el explorador portugués Diogo Cão encontró la desembocadura del río Congo, empezó sin saberlo, además, los eventos que llevarían a la alianza comercial más beneficiosa de la historia. Había iniciado el comercio de esclavos. El trato era simple, el Reino del Congo suministraría a Portugal con esclavos capturados de reinos vecinos al Congo, y Portugal se convertiría en único comprador de esclavos al reino africano. Otros países europeos compraron esclavos en otros lugares de la costa africana, pero ninguno llegó a la escala del comercio portugués. Prueba de esto es que a Brasil llegasen 5.5 millones de esclavos africanos entre 1540 y 1860, todos prisioneros de guerra capturados por los congoleños al otro lado del Atlántico.

Este trato comercial significó la destrucción de la economía congoleña. La única actividad que necesitaba el reino para sobrevivir era la guerra y la esclavitud, y todo cuanto necesitasen podían comprarlo a sus compañeros portugueses, de los que adoptaron solo dos cosas, religión y pólvora. El Congo no recibió ni mostró interés por los arados europeos, superiores en calidad a los africanos, ni por los barcos portugueses, capaces de navegar en mar abierto, ni siquiera por las útiles ciencias y conocimientos del Renacimiento. Nada, tan solo Dios y la pólvora, con la que, como es natural, hicieron más la guerra, para capturar más esclavos, y así ser más ricos. Nótese por supuesto que esta riqueza no se distribuyó entre toda la población del Congo, sino que la mayor parte acababa siempre en manos del Rey y de sus Nobles más cercanos.
Parecía que todo iría bien para el reino a orillas del río homónimo, el comercio de esclavos daba prosperidad a la región, y los buenos portugueses nunca dejarían de comprarlos; hasta que dejaron. Se tardó siglos, costó revoluciones, guerras y manifiestos, pero Europa le dio la espalda a la esclavitud, y también lo hicieron sus colonias y excolonias al otro lado del Atlántico. El Congo se hundió en la ruina, ahora incapaz de sustentar su economía y su gasto, desprovisto del único ingreso con que contaba el reino.
El caso árabe:
Cuando la Casa de Saúd estableció tras la Primera Guerra Mundial su dominio sobre la península arábica construyeron un modelo de estado que el árido desierto no soportaba y nunca podría soportar. La tierra libre de nómadas y comerciantes a los que solo unía el idioma y el islam jamás podría ser unificada sin intervención extranjera, ¿y qué extranjero se interesaría por un arenero sin oficio ni beneficio?

Como agua del cielo les cayó a los Saúd entonces que poco después descubriesen entre su infinita arena el oro negro que debería dar energía a la segunda revolución industrial y que daría forma a la civilización moderna. Llegaron entonces buques cargueros y navíos de guerra con el pabellón de las estrellas de EE.UU a las costas de Arabia, dispuestos a establecer con los Saúd una alianza comercial tan próspera como la luso-congoleña. El trato, nuevamente, era simple. Arabia vendería su preciado petróleo a EE.UU y a cambio, este le daría a los Saúd cuantas armas y apoyo bélico pudiese necesitar la desértica nación. Se estableció así definitivamente el control Saúd sobre Arabia y su influencia en Oriente Medio. La guerra fría que sostienen con Irán se sustenta en la venta de petróleo, sin que ninguna otra actividad económica del país se le iguale. Ni siquiera los peregrinajes anuales de miles de musulmanes a la Meca hacen sombra al petróleo que día a día potencia nuestro mundo. La roca negra humillada por el líquido negro.
¿Qué pasará entonces en Arabia Saudí cuando el petróleo se agote? Siempre nacen nuevos humanos a los que esclavizar, pero la roca líquida es finita, y la economía de Arabia no puede permitirse esperar millones de años a que aparezca un nuevo pozo. ¿Qué pasará cuando la base de su economía, como los portugueses en la mar, desaparezca? ¿Qué actividad será capaz de reemplazarla en un desierto mustio y yermo?
Pero tal vez no sea necesario ir tan lejos en el tiempo. ¿Qué pasará cuando las energías renovables opaquen por fin a los combustibles fósiles, como se predice que pasará para final de siglo? ¿Qué pasará ahora que EE. UU produce él mismo la mayor parte del petróleo que consume?
¿Qué destino espera al país que se apuesta el futuro a que lo finito sea infinito?
A un viajero vi, de tierras remotas.
Me dijo: hay dos piernas en el desierto,
De piedra y sin tronco. A su lado cierto
Rostro en la arena yace: la faz rota,
Sus labios, su frío gesto tirano,
Nos dicen que el escultor ha podido
Salvar la pasión, que ha sobrevivido
Al que pudo tallarlo con su mano.
Algo ha sido escrito en el pedestal:
«Soy Ozymandias, el gran rey. ¡Mirad
Mi obra, poderosos! ¡Desesperad!:
La ruina es de un naufragio colosal.
A su lado, infinita y legendaria
Sólo queda la arena solitaria».
Percy Bysshe Shelley
Antonio Chumacero Rodas, 26/09/2022
